A todos nos ha sucedido: Culpamos de lo que somos y del cómo somos – o quizá de lo que nos sucede - en forma consciente o inconsciente, a otros.
Incluso si somos adultos exitosos, seguimos repitiendo incansablemente que la culpa de nuestros malos momentos, son nuestros padres, nuestros maestros, nuestros jefes, nuestras parejas y todo aquel que ose estar en nuestro camino en el momento equivocado.
Muy común, escuchar que la culpa de nuestro presente, es nuestro pasado. Y el culpable predilecto, es el grupo familiar: “Cuando yo era niño…”
Tenemos 20, 30, 40, 50 o más años pero nuestros padres siguen – y seguirán siendo – los grandes culpables de nuestra molestia.
Ya no me extraña escuchar frases como “Es que mi mamá…” “Es que mi papá”… es que “mi ex-pareja…”. Peor aún, a veces no sabemos a quien culpar y optamos por decir “aquí no está sucediendo nada”… negación usada para no asumir responsabilidades… Y siempre pienso que es muy sencillo culpar a otros por nuestra falsa incapacidad para enfrentar lo que somos y cambiarlo sin excusas.
Fantasmas
- Padres y Madres ausentes
- Padres y Madres sobe protectores
- Padres y Madres abusivos
- Padres y Madres indiferentes
- Padres y Madres extremadamente exigentes
- Padres y Madres llenos de vicios, con adicciones
- Padres y Madres depresivos
- Padres y Madres agresivos
- Padres y Madres no amorosos
- Padres y Madres hirientes (“recalcitrantes”)
- Padres y Madres perfeccionistas (pero no perfectos)
- Padres y Madres que abandonaron
- Padres y Madres controladores
- Padres y Madres indolentes
- Parejas imperfectas
- Parejas celosas
- Parejas Indiferentes
- Parejas “dejadas”
- Parejas muy exigentes
- Parejas controladoras
Podemos seguir enumerando fantasmas, pero la lista es interminable. Sin embargo cabe decir, que en cada línea, vemos un fantasma, una culpa, pero no un responsable. Porque el responsable del cómo nos sentimos, de lo que somos y de lo que seremos, es uno mismo…
Quizá la lista debería decir
- Un YO herido
- Un YO que no ha sanado sus emociones
- Un YO que no ha asumido la responsabilidad sobre si mismo
- Un YO que siente ira
- Un YO lleno de rencores
- Un YO que no ha asumido que es exitoso y dueño de sus actos
- un YO que no ha liberado y perdonado
- Un YO que no ha olvidado el pasado
- Un YO que se niega a crecer
- Un YO que teme amar y ser amado
Tal vez la lista solo debería decir
- Un YO que no se ha aceptado aún como lo que es: Un ser magnífico, digno del auto-respeto, de la auto-estima, del auto-perdón y del auto-amor…
- Un YO que no se ha independizado de sus miedos
- Un YO que debe cambiar el dolor y el rencor por el amor, para lograr la paz interior
De hecho, bastaría posiblemente colocar y aceptar
- Un YO que necesita, quiere y puede perdonar y sanar emociones…
Dependencia
Cuando somos niños, es válido que responsabilicemos a otros de nuestra vida. Pero al crecer y madurar, debemos asumir las riendas de nuestra vida. Mas lejos de hacerlo, seguimos quejándonos, seguimos culpando. Y me pregunto ¿qué hacemos para resolver? … Porque la queja no resuelve.
Pasan los años y aunque nos sentimos desdichados, abandonados y rencorosos, seguimos viviendo con esos padres, con esas parejas, con esas personas que según nosotros, nos arruinaron la vida. Vivimos bajo el mismo techo o bajo la misma relación porque no somos capaces de cortar la dependencia. Y vivir con ellos, implica que podemos seguirlos culpando y castigando – o castigándonos – para no poder aplicar aquello de “muerto el perro, se acabó la rabia”… Como dicen, “no puedo vivir contigo y sin ti tampoco”
Logros culposos
Peor aún, es que damos grandes pasos cargados de un logro veraz y nosotros mismos nos saboteamos el éxito y lo enmarcamos en el sacrificio, diciendo “lo logré para que veas que yo si sirvo”, “lo logré por ti”, “lo logré para que veas que yo si valgo”… “me gradué para demostrarles que si puedo”… “compré esta casa para que vean que yo puedo”… siempre dar el todo de nosotros para demostrarle a otros nuestras capacidades, como si nuestro valor, nuestra inteligencia, nuestro éxito y nuestra felicidad se la debiésemos a otros. Como si lo que somos y logramos, no vale nada por si mismo ni por nuestro esfuerzo sino por aquellos a quienes culpamos constantemente.
Esta constante necesidad de reafirmarnos ante esos “culpables”, nos crea una dependencia que nos impide vernos cuan maravillosos somos, cuan exitosos somos y podemos ser.
Consecuencias
Esta dependencia no solo nos deprime y altera sino que nos hace arrastrar a nuestro presente, una serie de situaciones repetitivas y muy dolorosas. Repetimos una y otra vez el patrón, dañando cada relación que tenemos porque no somos capaces de reflejar la luz que hay en nosotros. Una pelea tras otra, un reclamo tras otro. Y todo culmina en la expresión fatal… “La culpa es “…
Si, seguimos el patrón, culpamos. Culpamos a nuestros nuevos compañeros de vida, especialmente parejas, de nuestros males. A nuestros padres, a la vida, a todos…
Si de pequeños nos privaron de lo que más deseábamos, sentiremos una constante aprehensión y una gran dificultad para entender que SI merecemos tener lo que nos propongamos. De allí que nos volvemos dejados, descuidados con lo obtenido. Si de pequeños nos dejaron muchas veces solos haciéndonos sentir abandonados, de adultos tendremos que luchar contra la dependencia y las actitudes posesivas y muy factiblemente no lucharemos para retener a quienes amamos porque sentimos que merecemos esa soledad (o que podemos con ella). Si de pequeños nos condicionaron por ejemplo con frases como “No puedes jugar (o comer, o hablar) si no haces primero esto” y ello conllevó a privaciones importantes para nuestro desarrollo y disfrute, nuestra capacidad de disfrutar se verá afectada y tendremos tendencia a condicionar cada cosa, poniéndolo precio a nuestras acciones (“Solo lo hago si lo haces tú primero”). Si de pequeños nos compararon, insultaron u ofendieron (“Eres un tonto”, “No sirves”, “No te quiero”, “Tus hermanos son mejores que tú”), nuestra tendencia será a tener una muy baja autoestima, sintiendo que no merecemos nada y repitiendo estas acciones hacia los demás (incluyendo a nuestros hijos). Si de pequeños nos golpearon, tendremos tendencias agresivas que pueden variar desde simples actitudes poco sociables hasta gritos, insultos o agresiones físicas hacia los demás.
Si nuestro problema de culpas está asociado al padre, tendremos muchas dificultades con quienes desempeñen el papel de autoridad en nuestra vida (sean jefes, oficiales, etc). Si nuestro problema culposo es con la madre, tendremos problemas para relacionarnos con mujeres (la pareja, las hermanas, mujeres que desempeñen autoridad en nuestra vida o cualquier otra mujer), si nuestro problema culposo ha sido con parejas, las siguientes relaciones serán tormentosas.
Toda esta cadena tiene un motivo: La culpa debe ser castigada. Si, no nos damos cuenta, pero estamos castigando culpables (lo sean o no) porque sentimos que nos han herido y no hemos asumido las riendas de nuestro cambio, simplemente nos dedicamos a lamentarnos, a hacer un drama de todo, a culpar y re-culpar y por ende a castigar.
Soluciones
Lo primero, es aceptar que tenemos un problema. No basta decir “Tengo un problema”. No. Hay que concientizarlo. Y una forma de hacerlo, es generando una lista de los problemas que hemos tenido en nuestro trabajo y en nuestras relaciones con amistades, parejas y familia. Notemos lo que se repite, lo que denota un patrón. Ubiquemos el verdadero origen de estos problemas. Busquemos ese origen y determinemos la raíz: ¿Acaso el culpable es el otro?…. ¿Qué pudimos hacer para evitarlo? ¿Acaso solo pudiésemos evitarlo callando? Porque si esa es la respuesta, estamos culpando a otros de nuestras acciones. Hay que recordar que una pelea requiere de dos contrincantes y si uno se niega a la pelea, la responsabilidad es de quien la lleva a cabo…
Uno debe tener autocrítica. De eso se trata, no de críticas destructivas pues éstas no sirven. Pero si críticas auto-evaluativas.
Tomé hace algunos años un ejercicio de un libro y al aplicarlo, pude sanar ciertas emociones muy negativas. Debo decir que no es sencillo pues se requiere verse tal como se es. Y nada más terrible que reconocer que somos responsables de lo que somos. El libro se llama “Padres que odian” y la autora es Susan Forward. Va el ejercicio:
Haz una carta dirigida a quien según tú, es el culpable de tus emociones. Puede que tengas que hacer cartas para varias personas. Pon la fecha, dedícasela con nombre y apellido tanto tuyo como de esa persona. Explica en esa carta todo lo que crees o sientes que te hizo esa persona, cómo te sientes y has sentido y desde cuándo. Cómo te está afectando eso en tu vida actual y las consecuencias que te ha traído.
Una vez que culmines la carta, léela. Léela para ti primero, puedes corregirla si lo deseas. Analízala. Ahora léela poniéndote en el papel del otro. Piensa, analiza y siente como él / ella. Explica desde esa perspectiva la posible causa de tales acciones. ¿Por qué ese padre que estás representando era agresivo? ¿Lo habrían agredido también cuando niño y repitió contigo esos patrones? ¿Estaba sano mentalmente? ¿Sabía o notaría lo que estaba ocasionándote realmente?.
Si puedes y quieres, entrega esta carta a quien consideras el destinatario y dile (de buenas maneras ya que la idea no es pelear sino resolver) que deseas que la leas porque deseas que entienda lo que sientes. Y haz las paces tanto contigo como con esa persona.
Ya has dado el primer paso necesario, ya has expresado lo que llevas por dentro. Entender o no esa carta, queda ahora en manos del otro. Pero recuerda que también eres responsable de lo que has escrito.
Ahora ubícate en el rol de tu mejor amigo. Un amigo perfecto, comprensivo. Lee la carta desde esa perspectiva. ¿Qué le aconsejarías a quien la escribió? ¿Cómo crees que debería sentirse? ¿Qué debe hacer quien escribe para sentirse mejor y liberar esa rabia y ese rencor? Da tus consejos en voz alta. Si lo deseas, hazlo frente a un espejo. Toma en cuenta cuándo sucedieron los hechos, la edad que tenía la persona cuando todo sucedió y la edad que tiene ahora. El tiempo que ya ha transcurrido. Ayuda a tu amigo, ese niño interior, a sanar y a continuar su camino.
Te garantizo que muchas cosas aflorarán. Si quieres llorar, hazlo. Si quieres golpear, hazlo con una almohada. Pero en todo caso, libera.
Y recuerda: SOMOS responsables de cada cosa que sentimos, decimos, generamos y hacemos. La vida no se trata de culpas sino de responsabilidades. De crecimiento. De éxito y logros. De superación y perdón
El perdón no se trata de “poner la otra mejilla”… Se trata de liberar, de auto-perdonarnos por no haber superado antes el dolor. El perdón implica liberar y continuar nuestro camino sin volver atrás, incluso si ello conlleva a apartarnos definitivamente de quienes nos han lastimado. Nuestra felicidad, no puede ni debe estar en manos de otros, solo debe estar en nuestras manos. No son los otros los dueños de nuestras emociones.
Solo nosotros somos dueños de nuestras alegrías, éxitos, logros y triunfos.